domingo, 23 de marzo de 2014

Fallas Populares: Camino a la autodeterminación



Algo se esta gestando en la fiesta fallera y no hablo de un nuevo congreso fallero. Las fallas, esa magna y desbordante celebración, se ha convertido en los últimos tiempos en un producto social insostenible. Una fiesta excluyente que obliga a la huida a aquellos que ven perturbada su libertad urbana y a esos otros que no encuentran en las fallas el entretenimiento cultural que buscan.


Mientras los falleros se dividen a la hora de solicitar un congreso fallero que actualice nuestra fiesta, el mismo colectivo se olvida de ofrecer un producto atractivo al resto de la población. No olvidemos que los miembros de las comisiones sólo suponen un 8% del total, es decir, prima el habitante no fallero sobre el fallero (casi 65.000 censados para algo menos de 800.000 habitantes). Las fallas se encierran en su búnker y son incapaces de retornar a la ciudad lo que esta les cede, más allá de las instalaciones artísticas plantadas en la calle. Pensar en el ciudadano estándar sería la verdadera ofrenda a la ciudad, y no el festejo religioso que se realiza los días 17 y 18 de Marzo.


El ciudadano de hoy en día ha mutado de tal manera que ha convertido la ciudad en pequeños focos de valor, redefiniendo la estructura cultural de nuestra ciudad. Barrios como Ciutat Vella, Benimaclet y Russafa se han establecido como núcleos de actividad juvenil basados en la autogestión, el micromecenazgo y como antítesis a la cultura de masas. En una sociedad cada vez más individualista, donde cada uno elige lo que quiere consumir y no donde el consumo elige su público, la fiesta de las fallas no ofrece un producto adquirible para la generación actual.


La viciada estructura de las comisiones y la barrera psicológica que supone la entrada a un Casal de Falla, aleja a la juventud de la fiesta. El inmovilismo, la “coentor” y el poco rigor artístico, aleja a los profesionales de las artes y la cultura de las fallas. La monopolización el espacio público aleja al ciudadano de lo que debería ser la fiesta de todos, una fiesta popular.


Popular es todo aquello perteneciente o relativo al pueblo. En pleno S.XXI, este pueblo, más que una sociedad uniforme, es una sociedad facetada. En el momento en que las fallas son ajenas a estos matices y no logra darles abrigo, el modelo se agota. Sin embargo, el agotamiento de este modelo provoca la aparición de brotes verdes.


Hablo de esos movimientos espontáneos, las fallas populares. Un ejemplo de asociacionismo modesto que nace del ecosistema cultural juvenil que puebla algunos de los barrios más emblemáticos de Valencia. Estos colectivos tratan de imitar a las primigenias comisiones falleras de principios del siglo XX, recuperando el espíritu inicial de la fiesta, ocupar el espacio que la ciudad les cede con un pensamiento crítico.


Alejados de la tutela institucional, grupos como Les Falles Populars i Combatives o la Junta Solar Fallera nos muestran el camino que debería tomar la fiesta de las fallas, tomando el relevo que  paradigmas como la Falla King Kong o Arrancapins comenzaron años atrás. Un movimiento alternativo y descontaminado de los activos tóxicos que suponen la herencia de una institución anquilosada como es Junta Central Fallera. Un movimiento que se libera de elementos superfluos de la fiesta, como los premios o las Falleras Mayores.


Sus actividades, la ocupación de solares, la fiesta en la calle, los correfocs, el crowdfunding, las actividades deportivas al aire libre o los conciertos alejados de los grandes nombres mediáticos, suponen un producto urbano y sostenible, a la vez que da cobijo a sectores antaño alejados de las fallas. No en vano, la mejor portada de un llibret de falla ha sido la de la publicación de les Falles Populars i Combatives, de la joven ilustradora Paulapé.  


Esta irrupción en la fiesta, al margen de la oficialidad, provoca, voluntaria o involuntariamente, una transformación en la manera de comprender el gobierno de las fallas. Ante la imposibilidad de cambiar las cosas desde dentro, con un colectivo dividido y más preocupado de mantener su estatus dentro del lobby de influencias fallero, los brotes populares suponen un ataque tangencial a las fallas. Un ataque que puede abrir los ojos a los descontentos dentro del mundo fallero.


Socialmente, las fallas son un ejemplo único de asociacionismo vecinal. No pueden continuar bajo el amparo del partido político de turno que gobierne la ciudad. Va en contra de su espíritu popular y coarta sus libertades, especialmente en el plano crítico. Las fallas populares son el camino para recuperar la esencia; la autogestión, la participación y la cooperación, el medio de transporte para conseguirlo.


El objetivo debe ser deslocalizar la fiesta y diversificar el entretenimiento, de manera que las fallas sean de todos y para todos, y eso solo se consigue dinamitando la estructura oficial de las fiesta, la tan ansiada autodeterminación, pero no como autodeterminación fallera, sino a través de la autodeterminación social.

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Artículo aparecido en el diario El Mundo, Domingo 16/03/2014

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Imagen. Portada del llibret de les Falles Populars i Combatives. Autora. Paulapé